En campo de gules dos castillos puestos sobre peñas y comunicados con una escala de sable; nao sobre ondas de agua, de oro.
Las primeras noticias de la presencia humana en el concejo datan de la Prehistoria. Por los pocos restos que nos han llegado —un hacha del Paleolítico Inferior y tres del Neolítico, estas últimas encontradas en La Rocica—, esta presencia fue más bien escasa.
Se desconoce, igualmente, si en el concejo existieron castros. Hay mucha vaguedad también sobre el origen de Avilés. Se supone que proviene de un asentamiento romano cuyo poseedor se llamaba Abilius. Se han encontrado escasos y dispersos materiales de ese período: un capitel de mármol, de orden corintio, reutilizado como pila bautismal en la iglesia de San Nicolás de Bari, y monedas romanas en la ría, Sabugo, Llaranes y La Carriona.
Avilés es el primer núcleo de población del concejo del que se tienen noticias escritas. Aparece mencionado por primera vez en un discutido documento de Alfonso III, fechado en el año 905. En él, el rey y su mujer, Jimena, hacen donación a la Iglesia de Oviedo de las iglesias de San Juan Bautista y Santa María de Avilés.
Ya por entonces el puerto de Avilés era el principal acceso marítimo de la región. Para defenderlo de las incursiones de los piratas normandos, Alfonso III, a comienzos de su reinado, ordenó la construcción del castillo de Gauzón en la desembocadura de la ría.
Posteriormente, al parecer en el año 1092, Alfonso VI concedió a la villa el fuero de Sahagún, confirmado en 1155 por Alfonso VII. Avilés se convierte en señorío de realengo y a sus vecinos se les otorga, entre otros privilegios, el de no pagar impuestos de tránsito «desde la mar hasta León».
Estas concesiones reales reactivaron las actividades mercantiles del concejo, convirtiendo a Avilés en uno de los más importantes centros económicos de la región. La principal industria era la de la sal. Al principio se explotaron las salineras del litoral comprendido entre la desembocadura del río Nalón y la ría de Avilés, pero a medida que la demanda y los beneficios fueron creciendo se empezaron a importar de Francia (Bourgneuf y La Rochela), Portugal (Alcácer do Sal, Setúbal, Aveiro) y Andalucía (Puerto de Santa María). De Avilés la sal se distribuía por toda Asturias y León.
La importancia de este comercio fue tal que la Corona instaló en Avilés el alfolí —centro de almacenaje y redistribución de la sal— más importante de Asturias.
Otras actividades económicas relevantes fueron las importaciones de vino, de paños de La Rochela (Francia) y Flandes, o la actividad pesquera de altura. El auge de las peregrinaciones jacobeas influyeron también en el desarrollo de Avilés.
Desde el siglo XII la villa de Avilés se convirtió en el principal puerto de la región y en la segunda ciudad más importante de Asturias, después de Oviedo. Esta importancia se acrecienta aun más cuando Fernando IV, en 1309, concedió a Avilés por alfoz los territorios de Gozón, Carreño, Corvera, Illas y Castrillón.
El núcleo urbano de Avilés creció a la par que sus actividades mercantiles. A finales del siglo XIII contaba con unos 300 vecinos: 1.200 habitantes, aproximadamente. Una muralla, con cuatro puertas, cercaba el núcleo urbano, donde se encontraba el centro comercial y artesanal. El principal edificio era la iglesia de San Nicolás de Bari, patrono de mercaderes; se construyó a finales del siglo XII o principios del XIII.
Extramuros, en un promontorio al otro lado de un brazo de la ría, se alzaba el poblado de pescadores y marineros de Sabugo. Para atender a esta población se erigió el templo de Santo Tomás. Ambos emplazamientos se comunicaban mediante un puente.
En todo este período de la Edad Media, Avilés participó activamente en los asuntos regionales, formando hermandades con otros concejos para defender sus intereses, hacer frente común para luchar contra los frecuentes desórdenes o los deseos de dominio de los grandes señores feudales.
El fin del Medievo marca el comienzo del declive de Avilés. En 1478 un gran incendio afectó a buena parte de la villa. Para amortiguar el desastre, los Reyes Católicos, el 15 de enero de 1479, concedieron un mercado franco los lunes, que todavía continua celebrándose. Otro factor de decadencia se deriva del empeoramiento de la navegación por la ría debido a la proliferación de los arenales. Por último, el descubrimiento de América modificó las principales rutas comerciales, relegando a Avilés a un plano secundario. A pesar de ello el puerto aún mantuvo en el siglo XVI una situación privilegiada, concediéndosele, en 1528, autorización para el comercio americano.
En el aspecto nacional e internacional, cabría destacar las aportaciones del concejo de Avilés y su alfoz a las campañas militares de los Reyes Católicos y a la política imperial de Carlos V y Felipe II. En el descubrimiento y colonización de América esta participación fue la mayor de todos los concejos de la región. Esta presencia avilesina se dejó sentir con más fuerza en la segunda mitad del siglo XVI, cuando Felipe II encomendó a Pedro Menéndez de Avilés la conquista y colonización de La Florida. Cerca de dos centenares de avilesinos participaron en esta y otras empresas de Indias. Sobresalieron las familias de los Alas, los Menéndez, los Solís, los Miranda, etc.
En las dos centurias siguientes el concejo de Avilés pasó por diversos avatares: hambrunas diversas, un nuevo incendio en 1622 y terremotos en los años 1761-1762 y 1765.
En 1762 los ingleses conquistaron el castillo de San Juan de Nieva que protegía la entrada de la ría. En breve tiempo los avilesinos reaccionaron y lograron expulsarlos.
En lo económico, el puerto de Avilés siguió siendo el principal de la región. La industria artesanal experimentó una diversificación en la segunda mitad del siglo XVIII, creándose fábricas en Villalegre —martinete de cobre— y sobre todo en Miranda —fábricas de alfarería y loza, lienzos, etc.
En la guerra de la Independencia los habitantes del concejo opusieron resistencia a la invasión francesa. El hecho más destacado se produjo en los altos de Valliniello. Ese día, el 18 de mayo de 1809, los vecinos de la comarca, mal armados y peor organizados, se enfrentan a las tropas invasoras sufriendo un gran descalabro. Dos días después los franceses entran en la villa de Avilés. La ocupación de la zona duraría hasta junio de 1811.
Durante las turbulencias políticas del siglo XIX y principios del XX, los avilesinos se mantuvieron siempre del lado constitucional, lo que les acarreó duras represiones, sobre todo en la llamada Década Ominosa (1823-1833) del reinado de Fernando VII.
El siglo XIX y sobre todo el XX trajeron grandes cambios socioeconómicos y urbanísticos. La llegada del ferrocarril a la Villa (1890), la entrada en funcionamiento del muelle de la dársena de San Juan de Nieva y la repatriación de capitales indianos propician un desarrollo industrial sin precedentes del concejo y, sobre todo, de su capital.
Entre las industrias que se instalan en estos años de fin de la centuria decimonónica y comienzos del XX destacan la Azucarera de Villalegre (1898) y La Curtidora (1900).
Tras el paréntesis de la Guerra Civil, Avilés experimentará su definitiva industrialización. En 1950 se funda en las marismas de la ría la Empresa Nacional Siderúrgica, S.A. (ENSIDESA), encendiéndose su primer horno alto siete años después. En 1953 Cristalería Española S.A. se instala también a orillas de la ría avilesina. Le sigue, pocos años después, Asturiana de Zinc. En torno a estas grandes industrias de base se crearon un sinfín de medianas y pequeñas empresas auxiliares.
Las nuevas industrias y la numerosa mano de obra que ello conllevó —la mayor parte venida de fuera de la región— alteró profundamente la fisonomía de Avilés. La búsqueda de suelo urbanizable obligó, entre 1818 y 1820, al derribo de la mayor parte de la muralla medieval y a desecar las marismas que separaban la villa del barrio de Sabugo, construyéndose en el lugar una manzana de casas para la burguesía. Este pujante grupo social también acaparó la nueva calle de La Cámara, convirtiéndola en la principal arteria comercial de Avilés.
Los indianos, por su parte, edificaron numerosos viviendas, tanto en el casco antiguo como por los alrededores (Villalegre).
La instalación del complejo siderúrgico de Ensidesa y de otras grandes empresas en la década de los cincuenta trajo a la ciudad en poco tiempo una riada de inmigrantes. La falta de una previsión urbanística imposibilitó la absorción de tantos trabajadores, lo que determinó un crecimiento exterior y especulativo de Avilés. Pasados los primeros momentos de descontrol e incertidumbre, se empezaron a construir barrios de obreros. Las propias empresas o el Estado llevaron a cabo esta tarea. Ensidesa edificó, entre otros, los barrios de Llaranes y Trasona para los obreros, Las Estrellas (La Rocica) para los técnicos medios y una urbanización en el centro de Avilés (calle de González Abarca) para los ingenieros y directivos. Por su lado, Cristalería Española construyó los poblados de Jardín de Cantos y La Maruca para sus obreros y técnicos, respectivamente.
Gracias a la iniciativa estatal y privada surgen nuevos barrios, entre otros, Buenavista, La Carriona, Versalles y La Luz.
La crisis económica de los años setenta y ochenta propició el declive industrial de una comarca especializada en la industria pesada y sujeta a decisiones ajenas a ella.