La categoría de hidalgo castellano, Ricohombre, Gentilhombre o Infanzón, ha quedado suficientemente explicada en capítulos anteriores, con las variantes que dichos títulos implicaban, de acuerdo a las regiones donde quedaron implantados.
Así, hemos visto como la palabra y dignidad de «infanzón», originaria de Castilla, fue cayendo en desuso hasta quedar prácticamente reducida a su utilización en el reino de Aragón, aunque bien es cierto que en Castilla no desapareció del todo y basta el ejemplo de los denominados «Infanzones de Illescas», dignidad que se ha mantenido a través del tiempo llegando hasta nuestros días. Pero en Cataluña, la hidalguía mantuvo unas características especiales, que, aunque en el fondo no se diferenciaban excesivamente de la existente en otras regiones españolas, contenía unos rasgos específicos de aquella región.
La clase de los gentilhombres, en catalán denominada, «Homes de Paratge», tiene su origen en los primeros tiempos de la Reconquista en Cataluña, según acreditan los principales estudiosos de aquella época de la historia catalana.
Para explicar bien estas características nada mejor que ampararnos en la obra «Historia de Cataluña», escrita por Víctor Balaguer, en la parte en la que se refiere a la invasión, por parte del caudillo musulmán Almanzor, de las tierras catalanas, allá por el año 985, en tiempos del Conde de Barcelona, Borrell II.
Dice así:
«Pasó por fin Almanzor las fronteras cristianas y en los últimos días de aquel año, desembocó con numerosa y guerrera tropa en el llano mismo de Barcelona. Allí, al pie del castillo de Montjuich, en la llanura a la que llamamos de Matabus, le estaba esperando el rey de Afranc, como llamaban a nuestro Conde Borrell los historiadores árabes. Terrible fue la batalla que se desarrolló al pie del castillo de Montjuich; terrible y sangrienta, en la que perecieron numerosos hombres empeñados en combate mortal. Dios quiso que en aquella infausta jornada, infausta para Barcelona, la señera condal cayera rota y destrozada a los pies del pendón del profeta y que el alfanje sarraceno, como la hoz del segador, cortara aquel campo de cabezas de cristianos guerreros…» La historia nos confirma y así lo dice el citado historiador que como consecuencia de aquella terrible derrota de las huestes cristianas, Barcelona cayera en poder del caudillo árabe Almanzor y que el Conde Borrell II se viera obligado a escapar para refugiarse en Manresa.
En un caso tan extremo y viendo que su causa estaba perdida ante las huestes musulmanas, tuvo una feliz idea, conceder franquicia, honores, libertad y título militar a cualquiera que acudiera a ayudarle con armas y caballos, a su costa, así como los gastos que se produjera por el auxilio que solicitaba. El edicto real fue proclamado al son de trompetas en Manresa, procurando que tuviera la mayor difusión y fue tan grande su efecto que de todos los lugares vecinos acudieron hasta 900 guerreros, hombres de probado valor, dispuestos a morir si era necesario en la defensa de la independencia de la patria.
Novecientos hombres dispuestos a enfrentarse a las poderosas huestes de Almanzor. Y desde aquel día, los 900 guerreros y sus sucesores fueron denominados «homens de paratge», es decir, hidalgos, hombres de paraje o casa solariega, y con ello se equipararon a los hidalgos que ya existían en Castilla.
Si continuamos basándonos en los autores catalanes, nos apoyaremos, para nuestras explicaciones, en Próspero de Bofarull y Mascaró, extrayendo las partes de su obra «Los Condes de Barcelona Vindicados» que se hacen precisas para la aclaración del tema que venimos tratando. Dice, este autor, que el bando promulgado, por Borrell II en Manresa ofreciendo privilegio militar hereditario a cuantos acudieran con armas y caballo para reconquistar Barcelona, fue tan efectivo que acudieron novecientos hombres armados y disponiendo cada uno de caballo, prestos a iniciar la reconquista de Barcelona y que por ello de allí en adelante se le conocería como los «homines de paratico», según unos de la voz latina «paratus», para denotar que habían estado prontos y aparejados para auxiliar al Conde, y según otros, del «par» «paris», también latín por la igualdad, con los militares, que desde entonces gozaron.
«Más respetando estas dos etimologías, que en nada se oponen a lo que vamos a manifestar, creemos: que la denominación de estos caballeros, sea o no cierto el origen que se les da, no deriva de ninguna palabra latina, sino de la misma catalana, que suena y significa lo que en castellano vulgar, sitio o estancia, como si dijéramos hombres de «parage», esto es, lugar conocido, o de casa solariega, a manera de los hidalgos; pues no es presumible que el Conde invitara con su privilegio indistintamente, sino a personas de arraigo, o mejor a los hombres de las «massías», alquerías o casas de labradores en el campo, que tanto abundan en Cataluña, especialmente en la Plana de Vich, Ampurdán, y territorio del Vallés, «respetables por su hereditaria honradez» -sin la cual no hay nobleza en las familias ni en los individuos- «y por su riqueza habitual, y también por su antigüedad que se remonta a los primeros siglos de la restauración», según varias escrituras, que algunas se conservan, con indicios y tradiciones de ser descendientes de aquellos esforzados «primi homines terra» que la adquirieron «per apprissionem», es decir, por derecho de conquista, y acaso sin más título primordial que el boroquel y la lanza de sus progenitores, entre ella repartieron los condes, con obligación de poblar, cultivar y defenderla según costumbre de aquellos guerreros siglos».
Este autor, explicando aquellos siglos, dice que las prerrogativas de los hombres citados que se ganaron por su esfuerzo el título de Gentilhombres, que en Cataluña se les daba el título de «Homes de Paratge», a una de las distinguidas clases del brazo militar que, con el eclesiástico, compuesto de prelados y síndicos de los Cabildos y el Real de los Procuradores de las ciudades y villas con voto, constituían los tres estamentos que formaban las antiguas Cortes del Principado.
En estas Cortes tomaban asiento los «Homes de Paratge», después los Títulos y los Barones y Nobles, Militares y Donceles.
También a estos «Homes de Paratge» les asistía el derecho de concurrir a justas y torneos y tomar parte en ellos si así les placía, vestir como los demás nobles y quedaban inscritos en la Cofradía de San Jorge, que era una verdadera Maestranza en Cataluña, y acaso (según lo opinado por Alejandro de Armengol, de cuya obra «Heráldica» hemos entresacado varios de sus textos), acaso, repetimos, la que dió después norma a las restantes de España, desde que el rey don Pedro «el Ceremonioso» dictó las primeras Ordenes de la «Caballería de Mossen Sant Jordi».