La Carolina

9 marzo, 2011| Estudios Heráldicos

Escudo cuartelado: primero y cuarto de gules, un castillo de oro; segundo y tercero de oro, un león de gules.

La Carolina fue llamada así en homenaje al Rey Carlos III de España, ya que este rey pertenecía a una familia muy distinguida llamada Los Carolinos.

Es un viejo poblado minero de la Provincia de San Luis, recostado a 1.610 mts. de altura sobre las faldas del Cerro Tomolasta y recorrido por su río color de oro, a 80km. de la Ciudad de San Luis, villa secular signada por insólitas epopeyas, marcada a fuego por las más grandes frustraciones, fue noticia dos siglos atrás, cuando un casual descubrimiento generó la más descabellada fiebre del oro que sufrió el país.

Ante la enorme afluencia de aventureros y para evitar los desórdenes socioeconómicos, en el año 1.792, el Marquéz de Sobremonte, entonces gobernador intendente de Córdoba y del Tucumán, intendencia a la que pertenecía San Luis en el Virreinato del Río de la Plata, intervino las minas y decidió el trazado de una villa real que en Homenaje a Carlos III (de la dinastía Carolina) de España, la llamó La Carolina.

Muy pronto la febril actividad extractiva, eclipsó la tradición pastoril y ganadera. El oro de la Carolina se amonedó en Santiago de Chile al principio, luego en Potosí, pero los resultados más brillantes los obtuvo una empresa extranjera que inició en 1.882 la explotación industrial de los filones.
Fue entonces cuando máquinas y picos atacaron sin piedad a los cerros, revolviendo incansablemente sus entrañas. Después todo quedó abandonado, por culpa – se dice – de un hundimiento que sepultó las galerías.

Así concluyó la etapa más prospera del pueblo: zorras oxidadas, hierros retorcidos, depósitos destruídos, túneles abandonados, personas viviendo de recuerdos, quedan hoy como testigos de aquel sueño.

Durante la segunda guerra mundial, La Carolina volvió a ser noticia por su rico yacimiento de wolfram, mineral de alto valor estratégico, y más recientemente, por su enorme potencial turístico apenas vislumbrado.

Cuna del poeta y filósofo Juan Crisóstomo Lafinur, generadora de incalculables riquezas para sus exploradores de turno, La Carolina no consiguió que ninguno de sus habitantes pudiera abandonar su ancestral pobreza, a lo sumo permitió que los más jóvenes ahorraran lo suficiente como para sumarse al incesante éxodo hacia la capital puntana.

A pesar de todo, el viejo villorio de una calle única con antiguas casas de piedra confía en poder emerger de un pasado tan legendario como frustrado, abriéndose esperanzado hacia la incipiente explotación turística del lugar.

Categories: Andalucia, Heráldica geográfica

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