Es un hecho conocido, como natural y que viene produciéndose desde los primeros tiempos de la Humanidad, que en toda sociedad hacen su aparición grupos de personas que, bien por su saber, por la situación económica de que disponen o por valor en la guerra, prestan destacados servicios a la colectividad interviniendo destacadamente en sus negocios públicos, bien sea en el campo de la política, la economía, la defensa del territorio nacional, el progresismo en las artes, en las ciencias, etc.
Pero existió un período en el cual se fueron creando las nacionalidades europeas tal como hoy las conocemos y fue en esta época cuando las clases más distinguidas compuestas por los grandes terratenientes, los eclesiásticos y los hombres de armas, que se agrupaban en torno a los reyes, y en pugna y enfrentamiento con ellos no pocas veces, como puede comprobarse a través de la historia, no solo fueron extendiendo sus dominios, las denominadas casas solares, sino que empuñaron las armas para la defensa de la religión.
Estas clases fueron las que constituyeron lo que en principio se denomino «nobleza», término que continúa utilizándose en nuestros días.
La sinceridad y el rigor histórico obliga a efectuar ciertos reconocimientos a estas clases: por ejemplo, la caballería noble, a través de sus Ordenes Militares, no es que colaboraran en la reconquista de España, expulsando a los árabes invasores del territorio nacional, es que hicieron mucho más. Fueron elementos muy activos en aquellas luchas. Pelearon no sólo en nombre de la religión, sino también en el ideal de la reunificación de la patria, y esto hay que reconocerlo y agradecérselo.
Al principio, la nobleza no se trató de personas que gozaron del favor real merced a los hábitos cortesanos o de la baja y vil adulación: se ganaron su clase a través de su propio esfuerzo, peleando en los campos de batallas, vertiendo su sangre en innumerables combates. Fueron hombres que sobresalieron por su propio mérito y su propio esfuerzo. Fueron los símbolos de un pueblo de personalidad vigorosa y representaron la fuerza de la raza, y es lógico que, dadas las costumbres de la época, tomaran por su propio derecho, el rango y prerrogativas honoríficas que se habían ganado por ellos mismos.
Fue una sociedad articulada compuesta de diversos estamentos perfectamente diferenciados entre sí. Si bien a la Iglesia se la suele acusar de oscurantismo en aquellos siglos, presentándola como un freno y un dique a toda idea de progresismo, el hecho, enjuiciado objetivamente, debe estudiarse bajo significados distintos. Cierto que existió el denominado Tribunal del Santo Oficio, y cierto también que se tos. Cierto que existió el denominado Tribunal del Santo Oficio. y cierto también que se cometieron abusos y que el fanatismo de algunos inquisidores los llevó a extremos que hoy se nos antojan absolutamente inadmisibles.
Pero convendría dejar bien claro, de una vez por todas que cuando se carga la mano sobre la Inquisición, siempre se hace sobre la española, olvidando que también existió la protestante y basta con recordar a Lutero y Calvino y que los inquisidores alemanes causaron muchas víctimas y enviaron a más personas a la hoguera que la tan denostada Inquisición hispana.
Y es que tampoco conviene olvidar que la Europa de aquellos tiempos está poco menos que sumida en la barbarie y que fue la Iglesia quien saco al mundo occidental del caos que sobrevino a raíz de las invasiones de los bárbaros. Que fue una antorcha de civilización y un muro de contención que no sólo proclamaba una moral que estaba por los suelos sino que, en ocasiones no obstaculizó el progreso sino que por el contrario, lo estimuló y esto, lamentablemente, se olvida con demasiada frecuencia.
La institución monárquica que se conformó como indispensable para ir llevando a cabo las unidades de los diversos territorios hasta convertirlos en naciones exigía la intervención de los hombres de armas porque, por la buenas. nadie estaba dispuesto a ceder nada en beneficio de otro, aunque aquello que tenía hubiera sido adquirido mediante la injusticia y la rapiña.
Por eso, las monarquías consiguieron mediante la espada, la unificación y con sus Consejos y Cortes, la visión política que forma la nacionalidad. Pero las dos instituciones, Iglesia y Monarquía, precisaban de colaboradores y así al lado de la primera se fue formando una clase distinguida y en torno al Trono, la nobleza, que fue extraída de todas las clases sociales. Recuérdese que muchos títulos de nobleza fueron conquistados para ellos y sus descendientes por hombres de la más baja capa social y ahí está el ejemplo del porquerizo Francisco Pizarro. Oscuros guerreros que luchaban abnegadamente, fueron elevados hasta la dignidad noble que alcanzaron, lo repetimos, gracias a su propio esfuerzo.
Pero en esta enorme tarea de constituir las nacionalidades en una Europa que tras la caída del Imperio Romano, se había convertido poco menos que en un caos agravado por las invasiones de los bárbaros, no debe olvidarse tampoco al pueblo llano, sin cuya inestimable ayuda nunca se habría podido conseguir la estabilización absolutamente necesaria para formar un orden dentro de lo que ya llevaba camino de convertirse en desorden.
El pueblo, con su aportación económica y la sangre vertida por oscuros soldados cuyos nombres se hundieron en el anonimato, fue un factor casi decisivo para la configuración de la Europa actual. Si bien es cierto que las clases dirigentes trazaban los planes, era el pueblo quien, con su acción, los hacía viables. Esto jamás debe olvidarse.
Si tuviéramos que definir a la nobleza, diríamos que se trata de una clase social compuesta por personas que, por su nacimiento, o por concesiones de su soberano, disfrutan de ciertos privilegios honoríficos que los distinguen del resto de los ciudadanos.
¿Cómo se alcanza la nobleza?. En el pasado, se hacía a través de cuantas causas hemos enumerado anteriormente, la Reconquista, los hechos de armas, las Cruzadas, las guerras por la independencia patria, la conquista del Nuevo Mundo etc. Hoy, la nobleza puede adquirirse de muchas formas: La sabiduría en el gobierno de una nación, los servicios eminentes al Estado, los sabios y científicos que con su labor contribuyen en modo decisivo al progreso del país, lós méritos relevantes en las ciencias, así como en todos los campos de las Bellas Artes, la literatura, la pintura, etc. También en la industria que contribuye a la riqueza nacional, en fin la nobleza se alcanza distinguiéndose notablemente en aquello a lo que se dedica la vida de una persona, siempre y cuando esa actividad repercuta en el bien de la nación, social, cultural, industrial o científicamente.
En la nobleza deben fijarse sus distintas fuentes: Existe aquella de condición heredada en que las personas nacen nobles en su familia.
Es la nobleza que parte del rey, en la que el poder real es la fuente de toda distinción, esto es el título de caballero que más tarde da origen a una dignidad mayor como la de marqués, conde, duque etc. El rey, al premiar a esta persona, puede otorgarle el privilegio de que sus títulos sean de carácter hereditario, condecorando con carácter vitalicio a toda la familia del primer condecorado. El primer beneficiario del favor real es noble, aunque no tenga antecedentes de esta clase. Pero sus clase. Pero sus herederos, ya tienen garantizada la nobleza por los méritos de su antepasado.
Por tanto, en la denominación «nobleza» debe distinguirse la adquirida por condición hereditaria, es decir, los que ya nacen nobles por su familia, y aquellos otros de condición que llamaremos social, es decir, los que la consiguen a través de méritos que se consideren de interés público.
La nobleza a la que llamaremos «natural» se personifica en los gentiles hombres y los hidalgos que con el paso del tiempo, van adquiriendo antigüedad.
Tenemos, pues, la nobleza de sangre, o nacimiento, cuyo origen no pocas veces se pierde en la oscuridad de los tiempos hasta el punto que resulta imposible averiguar quien fue el fundador de dicha nobleza hereditaria.
En segundo lugar, la nobleza notoria, resultado de la posesión prolongada por los descendientes del estado de nobleza ganado por un antepasado de la familia.
Tercero, la nobleza que se concede por títulos, diplomas, privilegios o cualquier otro tipo de documentos procedentes del soberano.
Y cuarto, la nobleza adquirida por cargos o funciones públicas. labor científica o cultural, cuyo ejercicio por una persona le permita que, como premio a su trabajo, sea elevada a la dignidad de la nobleza.