La Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón fue fundada en una pequeña población francesa, llamada Issoudun, por un sacerdote de treinta años llamado Julio Chevalier, el 8 de diciembre de 1.854. En el año 1.880 se estableció en Barcelona (España) una pequeña comunidad y en 1.887 llevó por vez primera su presencia misionera a Quito (Ecuador). Más tarde, esta presencia se fue ampliando a Brasil (1.911); República Dominicana (1.955); Perú (1.938); Argentina (1.948); Chile (1.950); Guatemala (1.955); Nicaragua, Colombia y Venezuela (1.967).
El fundador, padre Julio Chevalier, habiendo reunido a su alrededor un grupo entusiasta de seguidores, llamó la atención de sus discípulos sobre lo que él denominaba «el mal moderno». Para explicar este pensamiento, estaban los innumerables seres humanos que, engañados por seductores sin conciencia, fracasaban tristemente en la vida, perdiendo hasta los vestigios de su educación cristiana. Para estos desventurados contaba el padre Chevalier encontrar esperanza y salvación cerca del corazón de Jesús. Tanto él como sus compañeros querían hacerse los mensajeros y heraldos de este Corazón. Esta es la razón por la que tomaron el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón. Muy pronto, los Misioneros del Sagrado Corazón se fueron extendiendo por todos los continentes, Asia, con las Misiones de Papúa y Nueva Guinea. Aquí, la II Guerra Mundial vino a cortar su empuje terminando en un horrible desastre. La ruina fue absoluta. Las actividades misioneras, todas sin excepción, fueron paralizadas. Los misioneros, padres, hermanos coadjutores, hermanas, de cualquier nacionalidad, fueron encerrados en campos de concentración japoneses. Una cuarentena de hermanos de la congregación encontraron la muerte en trágicas circunstancias. Una vez finalizada la contienda, los padres que habían sobrevivido, reemprendieron la labor con todas sus energías y gracias a los subsidios norteamericanos fueron reconstruidos todos los edificios de la Misión. Gracias a su labor, hoy prácticamente no se encuentran paganos entre los indígenas de Rabaul. Misioneros en Papuasia, en Australia, en Indonesia, en Filipinas y en todas partes combinando la labor de apostolado con la preocupación por la enseñanza de los indígenas más atrasados y la curación de enfermedades a través de los pequeños hospitales. En Africa: Zaire, Senegal, Africa del Sur y el Camerún.
En 1.887, treinta y tres años depués de haber sido fundada la Congregación, se inicia el trabajo de ésta en Latinoamérica. Y fue aquí, donde los Misioneros del Sagrado Corazón habrían de enfrentarse a situaciones tan injustas que motivaron, no sólo su repulsa, sino su protesta, lo que les hizo convertirse en mártires de los poderes dictatoriales establecidos en Guatemala y Nicaragua. Cuatro fueron los misioneros que pagaron con su vida su amor a los pobres y la ardiente defensa que de ellos hicieron, los padres Faustino Villanueva, Juan Alonso Fernández, Gaspar García Laviana y José María Gran Cirera.
El padre García Laviana se había identificado tanto con la gente campesina que decían de él que era el primer sacerdote campesino. Y el pueblo, de ser un núcleo dividido, se iba uniendo en torno suyo lo que despertaba alarma y recelo en las autoriades somocistas nicaragüenses. La Guardia Nacional del dictador Anastasio Somoza controlaba todo el vicio en el país y uno de sus mayores ingresos provenía de la tolerancia y protección de las casas de prostitución infantiles. El padre García Laviana llevó a los Tribunales el caso del burdel «Luz y Sombra», en Tola, así como la descarada trata de blancas. Ganó el juicio, pero todo se redujo a que el burdel se trasladara a otra parte y todo siguiera como antes. El empeño legal lo llevó a crearse poderosos enemigos. Sufrió tres atentados y tuvo que abandonar Nicaragua y ya en España, con el espíritu más sereno redactó una nota al Arzobispado donde explicaba el motivo de la inquina del dictador nicaragüense Somoza, hacia él: Acusación al hospital de Rivas por la mala atención a los enfermos y cobros ilegales a los pacientes pobres, acusación a la Oficina de Rentas del Gobierno por detención ilegal de campesinos acusados falsamente de no pagar sus impuestos; marcha a Managua, para solicitar del Gobierno el envío de maestros. La Guardia Nacional trató de impedir nuestro viaje. Entabló acusación formal contra dos tratantes de blancas de Tolay, corruptores de menores. El juez me da la razón pero la Guardia Nacional no acata la orden del juez. Me quitan el programa de radio y me llegan amenazas del Gobierno por vías indirectas. El juez ordena la detención de los tratantes de blancas y la Guardia Nacional se niega a detener a los culpables. Redacto una carta al general Somoza delatando la implicación de los militares en la trata de blancas. Bajo amenazas me llevan ante el coronel del departamento de Rivas quien me recuerda el asesinato del jesuita salvadoreño padre Rutilio Grande. Desde ese momento tuve la seguridad que la Guardia Nacional estaba preparando mi muerte.
En lo que se refiere al padre José María Gran, en este caso en Guatemala, recibió idénticas amenazas por parte de las autoridades militares hasta el punto que un día fue llamado por el comandante del destacamento militar para advertirle que, siendo extranjero, si continuaba en unas actividades que él juzgaba subversivas, se atuviera a las consecuencias. La contestación del padre Gran fue el comunicado del que entresacamos el siguiente párrafo: «Frente a la política de los que, en nombre de la religión cristiana utilizan la violencia sobre hombres que luchan por la liberación de los pueblos, condenamos esos métodos represivos y reconocemos el derecho que les asiste a luchar por la justicia y menifestamos nuestra solidaridad con sus ideales». La respuesta no tardó en llegar en forma de balas que segaron su vida. Cuando el padre José María se acercaba a la aldea de Xeixojbitz, a caballo, unos soldados emboscados en el camino, le dispararon a la espalda. Dos meses antes, otro disparo había destrozado el corazón de monseñor Oscar Romero, el obispo de los pobres de El Salvador.
A la salida del funeral por el padre José María, el padre Faustino Villanueva se hizo una pregunta: «¿Quién será el siguiente?». El día 10 de julio, a las once de la noche, dos jóvenes, montados en una moto, se detuvieron ante la vivienda del padre Villanueva. Muy poco tiempo después, los disparos sonaban en el despacho y Faustino Villanueva era vilmente asesinado. En su funeral volvió a oírse la misma pregunta. «¿Quién será el siguiente?». Las autoridades guatemaltecas se limitaron a achacar el crimen a «elementos incontrolados».
Después del asesinato del padre Faustino Villanueva, otro Misionero del Sagrado Corazón, el padre Juan Alonso fue obligado a presentarse en el destacamento militar de Uspantán. Fue interrogado, ofendido y humillado, hasta el punto de que los militares intentaron emborracharle a la fuerza para arrancarle una confesión a medida de sus deseos. Lo dejaron libre a altas horas de la noche. El día 15, cuando iba en moto, unos hombres emboscados lo acribillaron a balazos y un soldado, horas más tarde, borracho, comentaba en la plaza del pueblo «que habían matado un cura mas…»
Los Misioneros del Sagrado Corazón constituyen una Congregación religiosa entre cuyas características se encuentra, aparte de la proyección misionera, la opción por los pobres, siendo su carisma testimoniar y compartir el amor compasivo y misericordioso de Dios simbolizado en el Corazón de Cristo.