Siglos antes de llevarse a efecto las Cruzadas, ya existían en Tierra Santa instituciones caritativas que cuidaban de la asistencia a los peregrinos que acudían a visitar los lugares testigos de la Pasión de Jesucristo. Desde la toma de Jerusalén el año 1.099, resultado de la Primera Cruzada encabezada por Godofredo de Bouillón, los monjes de San Lázaro, ocupados con anterioridad en el cuidado de los leprosos, se apresuraron a ofrecer sus servicios. Es sumamente curioso señalar que los Lazaristas acogían a cualquier caballero de otra Orden que contrajera la lepra y, siempre que guardara su Regla, era bien recibido entre ellos. Algunos caballeros cruzados tomaron el papel de los monjes anteriores y parece ser que desde 1.115 formaron una comunidad independiente entre las Ordenes orientales, tomando la Regla de San Agustín. A este respecto, puede citarse una bula de Pascual II, confirmando la Regla y otra en 1.255 del Papa Alejandro IV, quien, dos años antes, los había puesto bajo la protección de la Santa Sede. En tanto esto sucedía, los Caballeros de San Lázaro tomaban parte en una desdichada batalla, la de Gazza, el 18 de octubre de 1.244, en la que perecieron todos ellos. Ni uno solo sobrevivió a tal combate.
Otros, de la misma Orden, lucharon también bajo San Luis, junto con los Templarios, los Hospitalarios y los Teutónicos, en otra desastrosa batalla, la de Mansourach (1.250) y también formaron parte de las Cruzadas de San Luis y en las expediciones a Siria (1.250 a 1.254). La fortaleza de San Juan de Acre, en poder de los cristianos desde la I Cruzada, fue asediada por los soldados del Sultán de El Cairo. Los Maestres de las Ordenes del Temple y de San Lázaro estaban al mando de los defensores. Ambos jefes perecieron en la batalla y después de una heróica resistencia, San Juan de Acre tomó a poder de los musulmanes en 1.291. Y con este hecho quedó determinada la caída de todo el reino latino de Jerusalén. Antes de que esto sucediera, la Orden de San Lázaro reconocida por varios Pontífices, entre ellos Inocencio IV y Paulo V, tuvo en Palestina grandes posesiones, pero cuando el sultán Saladino ocupó Jerusalén, dió un año de plazo a las Ordenes Hospitalarias para abandonar la ciudad.
El rey de Francia Luis VII que por penitencia había emprendido la Segunda Cruzada al volver a su país, en el año 1.149 llevó con él a doce hermanos de San Lázaro y en 1.154, hizo donación a la Orden del castillo de Boigny, para que la misma estableciera su encomienda general, extendiéndose la Orden por numerosas ciudades de Francia. Por su parte, cierto noble inglés, que admiraba a la Orden, introdujo en Inglaterra a los lazaristas, que fijaron su domiciliación en la ciudad de Burton.
Todo esto provocó un gran cambio en la Orden porque, protegida por los reyes, llegó un momento en que fue más poderosa en Europa de lo que había sido en Asia. Pero volvamos a su aspecto militar: después de la caída de SanJuan de Acre, los lazaristas que sobrevivieron fueron a refugiarse a la isla de Chipre. Otros se establecieron en Sicilia, en Cápua, lugar del que fueron extendiéndose por toda Italia. La rama francesa de Boigny y la italiana de Cápua fueron las más importantes, pero esto no fue óbice para que fundaran prioratos y encomiendas, aparte de la de Burton, en Hungría, Flandes y otros países de Europa.
En 1.490, el Papa Inocencio VIII decidió unir la Orden de San Lázaro a la de San Juan de Jerusalén, pero la rama francesa continuó autónoma, ante lo cual el Papa León X anuló la unificación ordenada por su predecesor. Por su parte, el rey de Francia Enrique IV, unió a la Orden de San Lázaro la del Carmelo, en vista de que esta última languidecía y era conveniente su unificación con otra más poderosa.
La Orden de San Lázaro no desatendía, ni muchísimo menos, sus obligaciones militares ni su lucha contra el poder turco. En el siglo XVII armó una flota para combatir contra los corsarios y piratas, eligiendo el puerto y ciudad de Saint Maló como centro de sus operaciones marítimas. La Orden llegó a reunir hasta diez fragatas y luchó valerosamente defendiendo la seguridad de las costas francesas.
En este mismo siglo, el XVII, el Papa Gregorio XIII dictó una bula por la que mandaba incorporar la Orden de San Lázaro a la de San Mauricio, formándose así la llamada Orden de San Mauricio y San Lázaro, y que fue una de las más distinguidas de Italia. Ocurrió algo semejante a la ocasión anterior, cuando otro Papa trató de incorporarla a la de San Juan de Jerusalén. El Priorato de Sicilia acató la bula pontificia, pero no ocurrió lo mismo con el Gran Maestre de los Lazaristas de Boigny que, con varios prioratos y encomiendas, continuaron su vida independiente. Entre los grandes Maestres del siglo XV, cabe citar a Francisco de Borbón, los marqueses de Nerestang, de Luvois, de Dangeau, el Duque de Berry, después Luis XVI y luego el Conde Provenza, más tarde rey con el título de Luis XVIII. Como Caballeros de la Orden de San Lázaro en otros países, pueden citarse a los Zares de Rusia, Pablo I y Alejandro I y al Archiduque Leopoldo de Austria. El rey Luis XVIII de Francia y más tarde Carlos X, se declararon protectores de esta Orden.
En Francia había tres importantes Ordenes, muy antiguas: La del Espíritu Santo, la de San Luis y la de San Miguel. Pues bien, junto a ellas figuraba la de los Lazaristas. Estas eran exigencias que imponía el ingreso a la Orden de San Lázaro: Nueve grados de nobleza, sin principio conocido, o remontándose a fecha incierta.
Pasados los tiempos guerreros, la Orden de San Lázaro, permaneció, no extinguiéndose como algunas otras. Actualmente se halla representada en Francia, Alemania, Italia, Holanda, Suiza, Portugal y, naturalmente, en España. Con fecha 26 de junio de 1.935 registró la Orden sus Estatutos en España. El 9 de mayo de 1.940 fue reconocida con carácter oficial y declarada de utilidad pública en todo el territorio nacional, por orden que se publicó en el Boletín Oficial del Estado el 10 del mismo mes.
Su reglamento de la lucha contra la lepra, aprobado por Decreto de 8 de marzo de 1.946, concede y asigna a la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén, importantes misiones. Los componentes de esta Orden se dividen en dos grupos: Los miembros y los afiliados. Sólo los primeros y aun entre estos, los Caballeros de Justicia, pueden asistir a los Capítulos de sus respectivos Prioratos. Aparte de los de Justicia hay los de Devoción. Todos pueden ser caballeros, damas o eclesiásticos, pero es absolutamente preciso profesar la religión católica.
Los miembros, Caballeros de Justicia, están obligados a probar de manera indubitable, la legitimidad de sus ascendientes hasta el segundo grado civil inclusive, la nobleza de cien años de dos de sus apellidos, uno de los cuales siempre será el primero por la línea paterna y el otro, bien el segundo de la citada línea, o el primero de la materna; esto queda a elección del pretendiente al ingreso. Los Caballeros de Justicia, usan como distintivo una cruz octogonal verde, bordada sobre el frac o el uniforme, así como en sus mantos capitulares. Las categorías son: Gran Collar, Gran Cruz, Comendador y Caballero. Sólo los miembros, no así los afiliados, están autorizados a usar el uniforme de la Orden, de paño azul oscuro, con cuello y bocamangas blancas, charreteras y pantalón galoneado. Sable o espadín, depende de los actos. Sombrero apuntado y botas de charol. La Orden está regida por el Gran Maestre que lo es con carácter vitalicio y queda autorizado a nombrar un coadjutor. También existe un Consejo Supremo Consultivo que orienta al Gran Maestre en aquellas materias en que se solicita su parecer. Los afiliados, aquellos que practican pruebas de nobleza son denominados como «nobles de mérito» y los dispensados de ellas son considerados únicamente como «de mérito». Tanto los primeros como los segundos pueden tener los mismos grados que los miembros, pero no llevan la cruz bordada. Para estos, existe la cruz denominada de «Mérito», dividida en cuatro categorías, así como medallas, concedidas por relevantes servicios.